
MAYO HUELE A CERA —Os confirmo que vienen dos, un niño y una niña —dijo la doctora. Áurea necesitará toda la ayuda que pueda tener. Todas las manos cuando nazcan serán pocas. Sólo la experiencia de alimentar a Miguel y Blanca —ha decidido que les dará el pecho—, será interminable, agotadora. Precisará descansar, recuperarse del parto, acostumbrarse sin tardar a una casa que duplica sus ocupantes y multiplica, risas, llantos, olores, sueños… Al salir del hospital tras el nacimiento, con su pequeña troupe vacilante y los ajuares propios de tan tierna mudanza, ambos portaban a sus bebés soldados a sus pechos. El padre llevaba a Miguel. Su piel nívea, como claro de luna, sus ojos transparentes cerrados y su cabecita calva cubierta por un diminuto gorro blanco de algodón. Llegó el segundo, es el pequeño. Por detrás, con paso cansado, sintiendo la tirantez de los puntos al an...